miércoles, 4 de julio de 2012

Naranja cobrizo, casi rojo

Ha sido un día agotador. Demasiado largo para lo que hubiese querido. Todavía no tengo un hogar donde ir a descansar y purgar mi espíritu para otro nuevo día. Solo me queda el camino de vuelta desde el trabajo en mi coche escuchando música.
La verdad es que no tengo ganas de llegar a casa, es demasiado temprano para volver a encerrarme entre cuatro paredes que cada día me consumen más y más. No se que hacer, parece que el coche tiene puesto el piloto automático y que se sabe el camino de vuelta sin necesidad de ser conducido. Pero no tengo ganas de llegar, todavía no puedo.
Intento tomar las riendas de mi conducción, pero tampoco lo consigo, no se hacia donde me dirijo, no se cual es mi destino ni lo que me espera, simplemente conduzco a la espera de ver cual es el punto de llegada.
Ni hizo falta mucho, iba buscando mi tranquilidad, mi sosiego y una parte de mi que nunca dejé ni estando a más de trescientos kilómetros de distancia. Me sentí como las aves migratorias que vuelan por instinto sin perder el rumbo hacia mejores lugares, donde sentirse seguros.
Cuando llegué era naranja, cobrizo casi rojo. Reflejaba sobre una basta extensión de arena mojada, plateada y biselada. Bajaba lentamente, convirtiéndose cada vez mas en una impresionante imagen roja que se iba hundiendo poco a poco en horizonte. Paré el coche, deje puesta la radio, seguí escuchando música, siempre la música, y con él, con su desaparición, cada vez más intensa de color, se fue hundiendo también mi día, mi hastío, la desgana y el cansancio. Enterré el día, como se perdía el sol en la lejanía, y así, sin querer, dejé de lado todo, me reconcilié conmigo y me fui de nuevo a buscar otra noche que dará paso a otro día agotador.



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