jueves, 25 de septiembre de 2008

Cuando te conocí

Cuando te conocí, no te presté mucha atención, quizás solo la novedad para un niño de diez años, no mucho más. Pasaba poco tiempo contigo, y a regañadientes. Mi familia creía que serías una buena compañía pero yo prefería otras. Prefieres a los amigos, un partido de futbol, cualquier juego de los primeros ordenadores spectrum que se cargaban con una cinta o de los videojuegos ATARI, germen de las malditas videoconsolas actuales.

Con el tiempo te abandoné, pero nunca dejé de pensar en tí. Me dejasta una marca que fue creciendo en mi, y sin saber como ni por qué volví a buscarte. Ahora quisiera no haberte abandonado nunca. ¿Cuántos momentos hubiesemos vivido en estos años?, ¿cuántas satisfaciones me hubieses dado?.

Hoy te miro, y sé que sin tí, no sería el mismo, aún a sabiendas que no soy capaz de sacar de tí todo lo que podrías darme. Si algo pasa, siempre es mi culpa. Eres de las pocas cosas que existen en el mundo que lo único que puedes dar por ti misma es satisfación.

Nunca pensé que el simple deslizar de mis dedos por tus curvas, o tus cuerdas podría darme tanta alegría. Cada nota, cada rasgueo, cada intento de falseta es un mundo. Cuando despides el sonido que mis torpes manos han podido realizar, es como si fuesemos un único ser. Si no sale nada, es mi culpa, nunca tuya.

Ojalá nunca te hubiese dejado. Ahora, el tiempo perdido ya no se puede recuperar. Lo único que me queda es intentar sacar de ti todo lo que puedas darme.

martes, 16 de septiembre de 2008

Olores

Las primeras lluvias caidas hace unos dias, trajo a mis despitados sentidos uno de las pocas cosas que me agradan sea cual sea el dia y el estado en el que aparezca.

Esas primeras gotas de agua, despiertan una serie de sensaciones, que no por ser repetidas cada vez que vuelven, son menos intensas o pierden en mi algún tipo de interés. Esas gotas remueven cada uno de los rincones de los jardines, campos, arriates...y hacen que salgan esos aromas a tierra mojada, a hierba verde que debido a los golpes que ha recibido de esas gotas, han dejado su firmeza y se retuercen y acurrucan para después, una vez secas, volver a tener ese aspecto esbélto y lozano que poseían antes de la lluvia.

Esos olores, se entremezclan con unos escalofrios, que recorren todos los poros de mi piel. Un frescor que no toca tu piel igual que el frio de la mañana cuando cae el rocio tempranero, ni como la temperatura gélida del invierno. Esa brizna de aire perfumada y húmeda hace que salga de mi todos y cada uno de mis más profundos sentimientos, sonrisas y recuerdos.

Siempre he pensado que era una persona, a la que no le gustaba recordar el pasado. Que siempre iba buscando el futuro, pero este tipo de estímulos, que despierta ciertos mecanísmos en mi mente, hacen que me sienta como antaño. No sé a que será debido, no tengo ningún recuerdo relacionado con la lluvia, o al menos eso creo. Lo único que puedo decir, es que estoy deseando que vuelvan a aparecer esas gotas y que devuelvan a mis sentidos ese olor a hierba verde y polvo mojado.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Aquellos meses de vendimia

No hace muchos años, cuando llegaban los últimos días de agosto o principios de septiembre, cuando ya las tardes eternas de veranos empezaban a menguar, y las noches cálidas iban dando paso al frescor deseado por la mayoría de los mortales, empezaba un nuevo ciclo en la vida sanluqueña.

El cambio de luminosidad, la vuelta al trabajo, y la vendimia hacían que los sanluqueños hiciesen de nuevo de su cotidaniedad su forma de vida. Estos cambios marcaban casi de manera oficiosa el cambio de estación, para pasar del verano caluroso al agradable otoño.

Antes de la entrada de esta estación, había un acontecimiento que era casi festivo. La época de la vendimia. Festivo porque no había tanto moviemiento en la ciudad como cuando empezaba a cortarse la uva. Trajin de jornaleros temprano para el campo para que la peoná no se hiciese muy dura con las horas centrales del día. Tanto movimiento hacía que la ciudad estuviese alegre.

De los momentos que más recuerdo era cuando llegaban los camiones a las viejas bodegas del barrio algo, cargadas de racimos, y jugabamos de manera inconsciente y temeraria alrededor de ellos, esperando que fuesen a parar al suelo algunos de ellos para cogerlos y enjuagarlos en la fuente de la plaza arriba. Tardes de pegajoso paso del tiempo, con churretes en las manos y en la cara del caldo que soltaban las uvas, de jugar con el despalillado del prensado y llegar con todo el cuerpo lleno de pepitas que hacían que te rascases todo el tiempo.

Tardes de juegos, de capataces de bodegas riñendo a los niños, de carreras, de aprovechar hasta el último minuto de la tarde como si fuese la última tarde antes de volver al colegio.

Hoy, el barrio alto está posiblemente más bonito que nunca, encalado, blanco e impoluto, pero echo de menos las tarde de griterio y juegos, el olor a mosto y las moscas pegajosas que te hacían la vida imposible. Maldita especulación que ha acabado con nuestras bodegas, y malditas videoconsolas que han arrancado la infancia de las calles.